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miércoles, 8 de enero de 2014

LA FAMILIA 3, PILAR FUNDAMENTAL DE TODA SOCIEDAD 3

TERCERA PARTE
Escrito por noticieronestor 20-01-2010 

Nota del 8 de enero, 2014: se han eliminado varios enlaces que ya no eran actuales.

LAS FAMILIAS ACTUALES

Actualmente, las sociedades en las que vivimos, ya no se limitan a un pequeño espacio geográfico, en el que todos o la mayoría de los habitantes se conocen. Si bien es cierto, aún hay familias que siguen apegadas a su “terruño” o no se mueven de su lugar de nacimiento, la gran mayoría de ellas emigra a otras zonas, por diversos motivos. Las principales causas son la búsqueda de trabajo o de lugares de estudios especializados, como escuelas superiores o universidades. Podemos decir que gran parte de nosotros nos “hemos transformado en nómadas modernos”.

En el comienzo de la historia humana se emigraba por la necesidad de encontrar víveres para recolectar o animales para cazar. También se emigraba por temor a las catástrofes naturales. Luego se emigraba por temor a ser conquistados o eliminados por otros clanes, tribus o imperios. Más tarde se emigraba a causa de las guerras o las condiciones económicas, que no permitían la subsistencia. Hubo enormes migraciones, especialmente después de la conquista de otros continentes, como el continente americano. A la conquista salvaje de los “salvajes” y la opresión de todos los pueblos americanos (su extinción en algunos casos y la sumisión y esclavización, en otros), siguieron oleadas de migraciones europeas, árabes y asiáticas, en distintas épocas, como antes, durante y después de las dos guerras mundiales y de la guerra civil española.

Hoy se viaja continuamente, a través de todos los continentes y países. La tecnología nos ha llevado a límites increíbles, con los que ni siquiera soñaban nuestros padres o abuelos. Y aún estamos en el comienzo de esta nueva era tecnológica. Internet virtual es ya una realidad. Hay trenes de alta velocidad y aviones que recorren en sólo horas las distancias para las que antes se necesitaba varios meses, para llegar a un destino incierto. Pese a graves accidentes aéreos, de trenes o de autocares, los sistemas de transporte han aumentado la seguridad, en el mundo entero.

Las grandes ciudades europeas, norteamericanas, japonesas, etc., tienen toda una amplia gama de medios de transporte. En Estocolmo, Suecia, por ejemplo, hay una red segura y efectiva de transporte, que se conecta con trenes de larga distancia, de cercanías, metro, tranvías, transbordadores, autobuses, etc., que se puede usar comprando una tarjeta mensual (con excepción de los trenes de larga distancia, aunque éstos también tienen un sistema de descuentos por la frecuencia de los viajes). El viajero se puede subir cuando quiera y tomar las combinaciones que desee, sin necesidad de pagar nada adicional a lo que ha pagado por un mes. Puedo asegurar que los medios de transporte suecos son efectivos, puntuales y baratos, los más baratos del mundo. En ningún otro país he visto un sistema de transporte urbano similar al sueco, a pesar de que en las últimas décadas se ha encarecido. En la década de los 70 se podía comprar la tarjeta por menos de 10 dólares. Durante muchos años se llamó a esa tarjeta “femtikort”, porque valía 50 coronas suecas. Actualmente se acerca a los 80 dólares o más.

En Estados Unidos y Japón hay, además, medios de transporte sin conductor. Es el caso del Metromover, que tiene vagones que viajan, más o menos, a unos 10 metros del suelo y van parando en distintas estaciones. Los vagones van por rieles, como los tranvías. Y se detienen en forma automática. Las puertas también se abren automáticamente. Es posible que ese sistema también exista en otros países europeos y asiáticos. VER  VER VIDEO.

Hay muchas formas de transporte ideadas para usar en el futuro, como redes de vehículos con apariencia de cápsulas, impulsadas por aire comprimido en tubos intercomunicados. Esos vehículos funcionarán con energía nuclear o solar y estarán equipados con todo lo necesario para hacer el viaje placentero y cómodo, con conexión a Internet, teléfono y televisión.

Los trenes de alta velocidad y el metro aún son un sueño para muchas ciudades asiáticas, africanas y latinoamericanas. Se puede decir, con propiedad, que en la mayoría de esos países aún se está en la “prehistoria”, en lo que se refiere a transportes. Podemos poner como ejemplo, las ciudades de Maracaibo y Caracas. Caracas tiene, por lo menos, un Metro que funciona en forma óptima. En Maracaibo hay una línea muy corta de Metro, que se empezó a construir hace unos seis años y tiene sólo algunas estaciones. VER

Del resto de los medios de transporte urbano e interurbano venezolanos, la mayoría son muy anticuados. Los más anticuados medios de transporte urbano son los de Maracaibo. El gobierno del presidente Hugo Chávez está llevando a cabo un ambicioso plan de desarrollo de transporte urbano e interurbano para usar, por ejemplo, el ferrocarril, un medio que fue dejado totalmente a un lado por los gobiernos anteriores, para favorecer a grupos de transportistas, dueños de buses y camiones.
Hoy, 20 de enero de 2010 inaugura Hugo Chávez un "metro cable", funicular que trasportará miles de personas desde uno de los cerros más altos de Caracas (VER).

Y no sólo viajamos físicamente. También llegamos a los más inimaginables y recónditos lugares del mundo, con sólo apretar unas teclas del ordenador o computadora.

Hoy nos podemos comunicar con personas a las que no conocemos, en unos segundos. Y esto lo hacemos en distintas formas, desde el simple mensaje por correo electrónico hasta la publicación de fotografías y videos en Facebook, Sonico y miles de otros servidores similares de Internet. Hay gente que se vuelve adicta y no puede dejar de estar conectada a los “chat” o a las conexiones de Messenger, en los que la mayoría pierde su tiempo.

En este nuevo mundo de la televisión e Internet, se han abierto muchos caminos y oportunidades para que la gente encuentre nuevos amigos y nuevas parejas. A esto hay que sumar todos los viajes a distintos países o a distintas ciudades, por motivos de trabajo o de negocio.

Ya antes de que existiera esta nueva tecnología era muy común que las parejas se divorciaran o se separaran. Pero las nuevas fuentes de información y comunicación han aumentado los divorcios o los casos de infidelidad. No podemos decir, sin embargo, que sea Internet y otros medios los culpables de ese aumento. Éstos medios son sólo vehículos que aceleran un proceso, no que lo provocan. Aunque es verdad que hay empresas que facilitan las relaciones de amistad, matrimoniales o de encuentros casuales, sin ninguna otra finalidad que la promiscuidad. Algunas de esas empresas se especializan en facilitar y promover contactos con la única finalidad de tener relaciones sexuales. Muchas de esas empresas exageran en su publicidad y hacen todo lo posible por encontrar nuevos clientes y conservar los clientes antiguos. La mayoría de las veces ofrecen sus servicios en forma gratuita, pero muy pronto aprovechan la mejor forma de explotar económicamente a los clientes. Muchos clientes que cierran sus inscripciones en los sitios de esas empresas son bombardeados constantemente con su publicidad y envían “invitaciones” a todos los contactos posibles, registrados en Hotmail y otros servicios de correo electrónico. En esa forma ejercen una presión que obliga a muchos clientes a cerrar sus correos electrónicos. Algunos se dejan convencer  y aceptan las invitaciones, sin saber si sus datos serán utilizados con seguridad.

Antes y ahora existía y existe el problema de la infidelidad, de los malos tratos, de la discriminación, etc. No podemos acusar a una ideología política ni a las leyes o proyectos de leyes como causantes de los problemas que siempre ha habido, en lo que atañe a la composición de la familia. Esos problemas fueron causados y fomentados, más que nada, por una concepción errónea que dirigió a la Humanidad durante milenios.

La Iglesia Católica está preocupada por un problema que no es nuevo, pero que desean hacer creer al mundo que es nuevo. Ése es el motivo por el cual los obispos españoles (junto a los dirigentes del Partido Popular) organizan marchas y manifestaciones para defender lo que ellos llaman la familia, aunque ésta tiene muchas formas, como lo he afirmado antes en esta serie de artículos. En el fondo, lo que defienden es la “familia cristiana”, que está constituida por un matrimonio católico, es decir, bendecido por un sacerdote en una iglesia. No se atreven a decirlo abiertamente, pero ése es el ideal de los obispos españoles.

Defendiendo (supuestamente) la familia, los obispos atacan el divorcio y el aborto, sin tener en consideración las grandes necesidades que hay de hacerlos efectivos, en muchos casos. Tampoco quiero desviarme del tema si empiezo a escribir sobre el divorcio y el aborto, que trataré en otros artículos. Ya me he referido a esos temas en otros artículos de mis blogs y páginas web, aunque no en forma que satisfaga mis aspiraciones.

Los obispos también atacan la influencia del Estado laico en la educación. En este último aspecto, atacan la posibilidad de que los niños y adolescentes tengan derecho a una alternativa distinta a la de la enseñanza religiosa, la que no debe, en ningún caso, ser una obligación del Estado. Son los padres los que deben elegir la enseñanza religiosa que consideren conveniente para sus hijos. El Estado debe garantizar una educación independiente de cualquier religión e informar sobre la existencia de muchas religiones y de alternativas no religiosas, como al agnosticismo, el ateísmo, etc. (Yo, personalmente, voy aún más allá: los padres no tienen derecho a imponer una religión a sus hijos, todos los padres deberían darle la posibilidad a éstos de que elijan libremente la religión que deseen, cuando obtengan la mayoría de edad o cuando estén en condiciones de entender el significado de ser fieles a una determinada religión).

Habría que preguntarles a los obispos qué opinan sobre los matrimonios que no han sido consagrados en  su iglesia. ¿Tienen, esos matrimonios, derecho a  formar una familia? ¿Consideran ellos, que los miembros de un matrimonio laico dejan de ser cristianos por no haberse casado por la iglesia? ¿Habrá que dejar a todos esos matrimonios y sus hijos fuera del concepto familia? ¿Y qué pasa con los matrimonios ungidos en otras religiones? ¿No tienen, esos matrimonios, derecho a conformar familias?

Demás está preguntarles qué opinan los obispos sobre las parejas de hecho. Para ellos, todas esas parejas viven en pecado. ¿Habrá que catalogar a todas esas familias como “no familias”? Si usted, amigo lector, es católico y está bien informado sobre los cánones de su iglesia, sabe que esto es verdad. Cuando yo era católico, defendía con firmeza la integridad de la fe católica. Y una de las cosas que dice la doctrina católica (y que yo defendía) es que para ser católico no basta con ser bautizado y confirmado, etc., sino que se debe seguir fielmente los mandatos de la iglesia, cumpliendo con todos los sacramentos y asistiendo a la iglesia con asiduidad. Sólo entonces se puede decir que se es católico. No sólo eso, hay que recordar que se es (en ese caso) católico, apostólico y romano. Todo eso lo sé muy bien, puesto que desde niño me interesé enormemente por la que era mi religión y por la que quise ser sacerdote.

Como dije antes, uno de los temas que no voy a tocar es el divorcio. Pero es conveniente tener en cuenta una serie de factores que influyen en los problemas de convivencia, en una pareja.

Para muchos, quizás para la gran mayoría de los habitantes de nuestro planeta, uno de los deseos es tener una sola pareja para siempre. Ya dije algo al respecto, en el segundo artículo de esta serie. Nos lo han dicho los pastores y sacerdotes. Lo hemos visto en los ejemplos de “vidas sagradas” o “vidas ejemplares” y muchas otras historias publicadas por revistas religiosas o “neutrales”. Lo hemos visto en cientos de películas, tanto para niños como para adultos. Hemos sido influenciados por toda una gran maquinaria de publicidad.

Y no digo que eso sea malo. Al contrario, creo que ese ideal que se nos ha inculcado, justificado o no, desde el punto de vista moral, puede ser positivo. Debemos reconocer que puede ser lo más conveniente, como defensa de la salud, en contra de una multitud de enfermedades que se contagian en las relaciones íntimas, no sólo sexuales sino con las caricias y besos. Mientras más parejas tengamos, más riesgo de contagio existe, especialmente si esos contactos son simultáneos. Me refiero a tener varias parejas al mismo tiempo.

¡Cuántas veces no hemos creído habernos enamorado, la mayoría de nosotros, cuando éramos aún unos niños! Y a esa primera chica de la que nos enamorábamos (en el caso de los hombres), la divinizábamos como si fuera un verdadero ángel o diosa. Éramos incapaces de encontrarle algún defecto y soñábamos con ella, aunque jamás fuimos capaces de decirle siquiera alguna palabra de amor. Ni siquiera sabíamos cómo debíamos decirla o cómo comportarnos. Quienes éramos fieles creyentes cristianos la divinizábamos aún más, creyéndola una santa y no se nos pasaba ni por la mente algún deseo sexual con esa hada. Manteníamos ese amor en secreto y temíamos ser delatados ante cualquier adulto, por considerar éstos (tal vez) que estábamos haciendo o deseando hacer algo tan “atrevido” como tocarle una mano o darle un beso en la mejilla. El temor a ser descubiertos por alguien o creer que la supuesta “novia” podría creer que intentábamos seducirla (aunque, como he dicho antes, ese término se limitaba a inocentes caricias) nos espantaba y huíamos de la “amada”. Así, casi sin darnos cuenta, nos alejábamos más de ella, muchas veces a causa de un viaje, en el que dejábamos para siempre las montañas y los ríos (u otros tipos de parajes) que nos vieron nacer.

Más tarde, cuando ya habíamos olvidado a esa novia del primer amor platónico, su imagen era borrada por otra chica. Un nuevo viaje a un lugar lejano y esa imagen también desaparecía. Y así creímos enamorarnos varias veces, sin jamás llegar a conquistar alguna de esas “diosas”. Supongo que algo similar ocurre con las mujeres, que muchas veces creyeron ver ante sus ojos a su “príncipe azul”.

Tanto hombres como mujeres descubrimos el amor de una forma totalmente distinta a la que esperábamos. Muchas veces perdimos la iniciativa, que era tomada por otras personas con mayor experiencia o menor timidez. Después de vencer horribles miedos nos atrevimos a tocar a quien recibiera nuestro primer beso. Lo hicimos temblando y apenas balbuceábamos unas palabras entrecortadas, mientras la sangre parecía subírsenos por completo a las mejillas y el corazón casi se nos escapaba del pecho, en un palpitar galopante.

Para muchos, el primer beso fue algo que los uniría por mucho tiempo a la otra persona. Para otros no fue más que una experiencia súbita, sin sabor o con un resultado desagradable. Peor aún fueron las más avanzadas técnicas de la seducción. La primera mujer o el primer hombre con quien se perdió la “virginidad”  no eran para nada lo que se esperaba. La falta de orientación y experiencia de dos personas jóvenes puede llevar a un fracaso total ya la primera vez. Pero para muchos, especialmente para los católicos, ese “pecado” era algo que debían arrastrar para siempre, entre los dos. El temor a ser castigados por Dios los llevaba a continuar con una relación que debía llevar al matrimonio, tarde o temprano. Por lo menos así era hace sólo algunas décadas. Si, además, la mujer, adolescente o niña quedaba embarazada, la obligación era aún mayor y muchas veces eran los padres los que obligaban a la pareja a contraer matrimonio. En esos casos ya no se trataba de temor a un castigo celestial sino de “perder el honor de la familia”. Había que obligar a la pareja a “vivir en gracia de Dios”

¿Cómo era posible aspirar a que esas parejas vivieran unidas para siempre, amándose y adaptándose el uno a la otra y viceversa?

De acuerdo a la ley de la Iglesia, la unión matrimonial es para siempre. No se debe disolver. Para nada se contempla la infidelidad, los malos tratos, intentos de asesinato, violaciones, etc., como motivos de separación. La pareja debe mantenerse unida, sea como sea. Y la esposa debe obediencia ciega a su esposo. Esto último ha sido cambiado en las leyes civiles, gracias a la lucha de intelectuales y luchadores republicanos, progresistas o de izquierda. En este sentido, los avances han sido mayores en los países europeos y americanos. Pero no ha sido fácil adquirir esos logros, en un mundo dominado por religiones que han reprimido todo intento de deseos de cambio.

Cuando yo era adolescente y en mis primeros años de juventud, me ufanaba de ser un tipo especial, con respecto a mi familia más cercana (o lejana, mejor dicho, aunque se trataba de mis hermanos). Muchas veces, cuando me preguntaban por mi familia, yo decía: “tengo seis hermanos, pero cada uno de ellos sólo tiene tres”. Una vez que lograba el efecto que esperaba, aclaraba lo siguiente: tenía tres hermanos por parte de padre y tres hermanos por parte de     madre. Lo curioso es que, por ambos lados la distribución era la misma, una hermana mayor y dos hermanos menores.

Mi madre, nacida en Chillán, tuvo una hija, con un ex soldado de apellido Thompson. Al poco de nacer la niña, mi madre enviudó. Por desavenencias con mi abuela, mi madre se vio obligada a dejar a su hija con ella y no sé por qué designios fue a dar a Mulchén, en donde abrió una pensión (especie de hostal con restaurante) para ganarse la vida. En Mulchén o antes de llegar a esa ciudad, mi madre conoció a mi padre. Luego de haber nacido yo, mi padre desapareció de la vida de mi madre y sólo lo vi una vez en mi vida. Mi madre jamás me contó qué había pasado entre ellos. Sólo me dijo que él se había casado con otra mujer y que gracias a él, ella había podido abrir la pensión. Cuando quise saber algo, intentando ver a mi padre, habiendo yo alcanzado la mayoría de edad, ya era tarde. Llegué a su lugar de trabajo dos años después de su defunción.

Después de esa relación, mi madre se casó y tuvo dos hijos con un carpintero alcohólico. Éste no tuvo más hijos. Después se separó de éste y convivió con otro alcohólico. Ambos tuvieron muertes tristes, a causa de sus ingestas alcohólicas.

Cuando yo intenté encontrar a mi padre, supe que éste había muerto atropellado por un camión, en una carretera. Iba ebrio cuando tuvo el accidente. Por lo tanto, los tres hombres que tuvieron hijos o vivieron con mi madre (y que yo conocí), murieron por la misma causa: EL ALCOHOL.

En mi aventura en busca de mi padre supe entonces, que tenía otra hermana, por parte de mi padre, que tenía casi la misma edad mía. También había dos hermanos menores, que tenían, más o menos la misma edad que tenían los hermanos por parte de mi madre. Logré localizarlos a todos, incluyendo a la madre de mis desconocidos hermanos y a muchos primos y primas, todos profesores, con excepción de los hermanos menores.

Todo eso ocurrió entre los años 1935 y 1968, fecha aproximada de cuando nació mi hermana mayor, por parte de mi madre y la fecha aproximada de cuando yo hice el viaje desde Santiago al sur para, entre otras cosas, tratar de saber algo de mi padre.

Más tarde me he encontrado con multitud de personas, mayores o menores, de distintas nacionalidades, que ha tenido historias similares, con muchos hermanos repartidos por doquier, muchas veces sin saber que ellos han tenido esos hermanos.

¿Por qué inserto esta parte de mi vida personal en este artículo? Muy simple: trato de demostrar algo que ha existido siempre y que ninguna religión ha logrado impedir, porque pertenece a la naturaleza intrínseca del ser humano, por lo menos concorde con los códigos que le entregaron milenios de influencia religiosa machista. No es algo que se pueda eliminar con sermones o con adoctrinamiento alguno. Es algo que debe resultar como consecuencia de una nueva sociedad, en la que los valores morales cambien radicalmente. Pero para ello deben cambiar primero que nada, las condiciones de vida de los seres humanos. Es necesario cambiar la conciencia política y social de hombres y mujeres, que se liberen de sus cadenas culturales y piensen más por sí mismos que dejar que otros piensen por ellos.

Si algún día se logra la justicia social, la igualdad y el respeto entre los ciudadanos; si se obtiene la igualdad de géneros y se muestra tolerancia con las tendencias sexuales de cada uno, es posible que las familias lleguen a ser lo que siempre se ha soñado que sean, no porque lo imponga una u otra religión sino porque sería una etapa superior del ser humano, que sabrá elegir a su pareja en mucho mejores condiciones que las que hemos tenido los que hemos vivido en estos dos siglos de profundos cambios sociales y mejores aún que las condiciones en que se encontraban nuestros antepasados.

Desde hace muchos siglos (yo diría que desde el comienzo de la sociedad humana más antigua) hasta la actualidad, ha habido dificultades para decidirse por la fidelidad hacia una sola persona, el respeto mutuo y la igualdad en una pareja, ya sea matrimonio o pareja de hecho.

Una de las cosas que han cambiado y en las que no se debe retroceder es en la libertad sexual, que permite que existan (en varios países) los matrimonios o uniones entre homosexuales.

La sociedad machista ha mantenido y mantiene todavía a la mujer subyugada al dominio del hombre, en la mayoría de los países del mundo. Asimismo, se ha discriminado a los homosexuales y se les ha impedido (y se les sigue impidiendo, sobre todo en países de religión musulmana y otras religiones, como la católica) que sean considerados como seres normales. Para las religiones, el ser homosexual es un pecado, es desviación sodomita o enfermedad que se debe curar.

El manifestar abiertamente la homosexualidad significa la cárcel y hasta la muerte, en algunos países. Sin embargo, la homosexualidad estaba generalmente aceptada en lo que se considera la cuna de la civilización occidental (y también de las que han dado origen a la civilización oriental). La homosexualidad ha sido aceptada y practicada en casi todas las civilizaciones antiguas y hasta nuestros días. Muchos científicos, artistas, políticos, escritores y filósofos fueron homosexuales. Ellos también nos han legado buena parte de los avances científicos y culturales. Y el haber sido homosexuales no les quita mérito, en absoluto. Recordemos sólo algunos: Leonardo D`Avinci, Federico García Lorca, Oscar Wilde, Miguel Ángel, Abraham Lincoln, etc.

De no haber sido por muchos luchadores, dentro y fuera de la iglesia (más de fuera que de dentro), en nuestros países también existirían esos crueles e injustos castigos. Piense usted, amigo lector o amiga lectora, que la “Santa Inquisición” duró varios siglos. Pero como esa forma de verdadera dictadura terrorista se hizo cada vez más impopular y la iglesia se enfrentaba a una rápida muerte, se la debió eliminar, aunque aún hay sacerdotes y obispos que la añoran o defienden. Esos sacerdotes, obispos y cardenales tratan de justificar lo injustificable. Es el mismo caso de quienes añoran el franquismo en España y culpan a la “democracia” de todos los males que afectan a la sociedad española.

La iglesia católica es una de las religiones que más atacan la homosexualidad, a pesar de que se han conocido innumerables casos de sodomía entre muchos de sus sacerdotes. Lo más aberrante son los abusos con niños. Pero los obispos han dicho abiertamente que el aborto, por ejemplo, es peor que los casos de pederastia. Es decir, la posibilidad de que una niña menor de edad dé a luz a un niño que ha sido engendrado como producto de una violación, hijo de un asesino o enfermo mental, no debe interrumpirse, por ningún motivo. En caso contrario, la niña-madre será excomulgada y castigada con el fuego del infierno, mientras el pederasta, que abusa de un niño, no merece tales condenas. Se lo puede perdonar y hasta se le permite continuar con sus actividades seculares. Que me disculpen los católicos que se ofendan al leer estas líneas. Pero todo esto es verdad.

No es sólo “ingenuidad” o “humanismo” lo que ha llevado a la Iglesia a intentar acallar las denuncias de pederastia o negociar con las víctimas, para no verse obligados a reconocer miles de casos de violación de menores. Las intenciones han sido las de solidarizarse con sus hermanos, ovejas descarriadas. Es una doble moral, que pone de manifiesto una de las tantas contradicciones de la iglesia católica.

Amigos lectores y amigas lectoras, da la impresión de que he abordado varios temas en este artículo, que nada tienen que ver el uno con el otro. Pero todo está relacionado y sí tienen que ver, porque se trata de dar una visión lo más amplia posible de lo que se puede entender como concepto de familia.

Para usted y para mí, el concepto, la composición y la finalidad de la familia puede basarse en una idea totalmente distinta. Cada ser humano puede tener su propia concepción de lo que es familia, aunque se coincida en algunos o muchos aspectos.

El concepto de familia puede diferir, dependiendo de si la persona es heterosexual, homosexual o bisexual, si tiene una u otra religión o si tiene mucha o poca educación o preparación.  Pero también puede haber puntos de coincidencia entre personas de distintos grupos, entendiendo que debe existir tolerancia entre ellos.

Un musulmán puede tener un concepto de familia totalmente opuesto al de un cristiano. Pero ambos conceptos se deben aceptar, siempre y cuando exista respeto entre ellos. Lo mismo pasa con los judíos o los fieles de otras religiones. Lo importante es que no se impongan las leyes de una religión sobre otras. Un estado laico debe garantizar, por ende, la interrelación respetuosa entre las distintas religiones y no debe aceptar las imposiciones de ninguna de ellas. Demás está decir que TODOS los estados deben ser laicos. Un estado laico debe ser garantía de tolerancia y respeto a los derechos del hombre, la mujer y los infantes, la irrestricta superioridad de los derechos humanos sobre las tradiciones culturales.

Cada familia debe decidir por sí misma (cada individuo, también) la pertenencia o no a una determinada religión. La imposición por la fuerza, por temor o por presión psicológica de una religión debería ser castigada por las leyes civiles.

Las constituciones y leyes de los estados no deben dejarse influenciar por religión alguna. Son los ciudadanos los que eligen a sus representantes, los que (a su vez) deben decidir sobre todo tipo de leyes, como el divorcio, el aborto, la educación, etc. En los países más avanzados en leyes y Constitución existe el plebiscito, para que el pueblo decida sobre determinados temas. Son los instrumentos que se deben aplicar, no la imposición de una religión.

Existe una diversidad de tipos de familia y es muy difícil definirlas como entes exactos, como en las matemáticas. Por eso quiero referirme a tres aspectos fundamentales: la infidelidad, la separación y la nueva relación o nuevas relaciones.

Esos tres temas serán abordados en la cuarta parte de esta serie de artículos sobre la familia.


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FIN DE LA TERCERA PARTE
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