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sábado, 12 de diciembre de 2009

IRAK: EL REPARTO DEL BOTÍN

















Durante gran parte de mi niñez, yo soñaba con las alfombras voladoras que había visto en "El Peneca". Era una revista para niños, que contenía una serie de aventuras, recorriendo distintos lugares el mundo. Como toda revista para niños, El Peneca tenía muchos dibujos de gran colorido. El protagonista de la historia mostraba los trajes de fina tela que llevaban los habitantes de Bagdad (por ejemplo) y unos largos zapatos con la punta levantada. Las edificaciones, con sus redondas cúpulas y todo tipo de adornos arquitectónicos llamaban mucho mi atención.

Una alfombra voladora salvaba al protagonista y sus acompañantes (en esos territorios) de cualquier peligro y así podían seguir mostrando la matravillas de ese mundo de ensueños.

El primer ejemplar me lo había dado Elena, amiga de mi madre, que tenía mi grupo sanguíneo, muy escaso de conseguir. Su sangre me había salvado la vida en una operación que se me hizo y que nunca supe de qué fue. Elena era una de esas señoras que frecuentaba la pensión (una especie de hostal) de mi madre y llegaba acompañada de distintos hombres. Yo no entendía por qué venía con ellos y los acariciaba, como si fueran sus esposos o novios. A veces se encerraba en una de las habitaciones con alguno de ellos. Otras veces sólo bebía con ellos en la cantina. Todos eran amables conmigo y muchos de ellos me ofrecían malta con huevo, malta con cacao u otras bebidas. Cuando los hombres se iban, Elena le pagaba a mi madre, aunque yo nunca me percataba de eso. Lo supe más tarde.

Un día Elena había llegado a la pensión, con la revista. Me sentó en sus rodillas (como solía hacer) y me mostró las páginas coloridas de la primera revista que vi en mi vida. Me leyó algún trozo y luego me dejó disfrutar de aquellos hermosos dibujos. Yo apenas sabía leer y poco entendía lo que estaba escrito. Aún así, yo entendía lo que se narraba, porque los dibujos y la secuencia de los mismos eran muy claros y pedagógicos.

Desde entonces, yo esperaba cada semana la revista que traía el cartero. Recibir cada nuevo ejemplar, con olor a tinta fresca y con dibujos nuevos, con aventuras nuevas, era algo mágico. Era una de las pocas cosas que alegraba mi infantil vida, porque la mayor parte del tiempo debía hacer los mandados de mi madre, como limpiar el gallinero, acarrear agua de un pozo (que estaba lejos, en un enorme patio), barrer la acera, regar las flores de las macetas y del jardín y la huerta, etc. Todas esas tareas me parecían enormemente esforzadas y por protestar muchas veces recibía castigos corporales con chicotes (era una especie de látigo, con uno o varios trozos de goma o cuero) o correas. A mi madre había que obecederla.

Recibir "El Peneca" era un gran alivio. Aunque no me quedaba mucho tiempo para leer, la revista estaba siempre ahí y le podía dar miradas furtivas, mientras llegaba la hora del descanso. Cuanto eso sucedía, sentía cómo me transportaba a través del tiempo y acompañaba a los protagonistas de las aventuras. Hasta que un día, mi madre, muy enfadada dice: "Se acabó, no voy a seguir pagando esa suscripción. Tu tía Elena compró el primer ejemplar, te abrió la suscripción y nunca la pagó. Desde entonces la tengo que pagar yo. ¡Vaya regalo! Y yo no tengo plata para seguir pagando"

Fue como una clavada de puñal en el corazón. Así lo sentí yo en ese momento. Mi mente de niño no podía entender esas cosas. No podía entender que mi madre no tuviera dinero, si siempre venían clientes a beber o a comer. Además, de vez en cuando venía una pareja que se encerraba en alguna habitación. Además, también había héspedes que se quedaban varios días, mientras hacían negocios en la feria de animales, que estaba frente a la pensión. Y muchas veces tenía que ir yo a las habitaciones a llevar bocados o bebidas. Muy a lo lejos también venía Elena, con un novio nuevo. Nunca me atreví a preguntarle por qué no había pagado la revista, que según ella me había regalado. ¡Qué derecho tenía yo para exigirle nada! Lo cierto es que gracias a ella pude leer algo distinto al silabario "El Ojo", con el que me "martirizaba" mi madre.

"El Peneca" murió. Aunque yo nunca supe cómo ni cuando. Pero fue cuando en Chile se empezaron a vender revistas noteamericanas (la gran mayoría basuras) , que invadieron toda Latinoamérica.

Pero... ¿Qué tiene que ver esto con el título del artículo?

No mucho, en realidad. Sólo que "El Peneca" me transportaba a través del tiempo y me mostraba parte de una sociedad distinta a la que yo conocía, a algo exótico, algo idílico, con templos distintos, con costumbres distintas, pero bello. Era una época pasada, de quizá un milenio o más. Cuando yo leía esas aventuras (no sé si usar el término leer) nada sabía de Mahoma ni de los musulmanes o las cruzadas. Nada sabía del fanatismo religioso de muchos bandos ni de la sed de venganza o la ambición de dominio de una raza sobre otra, con el pretexto de defender o hacer prevalecer ideales religiosos.

Pasaron los años, decenios desde aquellos días en que me embelesaba con las aventuras de la revista. Después de muchos años en el exilio volví a despertar y me encontré con un Bagdad diferente, envuelto en llamas, con cientos de miles de muertos. Me encontré con un Bagdad real, un Bagdad invadido, después de haber soportado miles de combates entre partidarios de distintas religiones. Con el pretexto de que Sadam Hussein (VER 1, 2, 3) tenía armas de destrucción masiva se lo invadió. Desde antes de la invasión se sabía que la existemcia de armas de destrucción masiva era una mentira, un pretexto para apoderarse de sus riquezas naturales, como el petróleo. Más tarde se confirmó la mentira, pero nadie hizo nada (me refiero a gobernante o instituciones internacionales con suficiente influencia) por impedir la invasión y posterior ocupación de Irak.
Hoy las grandes empresas norteamericanas se adjudican la explotación del petróleo, sin ninguna vergüenza. Muchas otras empresas norteamericanas ya se adjudicaron antes una serie de proyectos destinados a "reconstruir" el país, destruido por las bombas norteamericanas y británicas. Ya se le ha sacado a Irak una gran parte de sus riquezas. La explotación de su petróleo y su distribución a bajos precios ha influido en la baja de precio de esa materia prima en el marcado mundial. Total, las ganancias para las empresas norteameicanas son grandiosas, porque al país no le dejan mucho... es como robar en un jardín ajeno y repartirse las ganancias obtenidas en un mercado informal, del que sólo unos pocos tienen conocimiento.
El pueblo se resiste a las indignas acciones de opresión extranjera, al pillaje y la destrucción de su milenaria cultura. Parte de ese pueblo se retuerce en el suelo y ataca ciegamente, sin darse cuenta de que está provocando un suicidio colectivo. Mueren inocentes todos los días. Los muertos sobrepasan cantidades increíbles. Primero murieron cientos de miles en los bombardeos implacables de la Fuerza Aérea norteamericana. Luego murieron cientos de miles de hombres y mujeres en los ataques terrestres, con tanques y misliles tiera-tierra. Todas esas muertes hicieron nacer miles de combatientes que ya nada tiene que perder, porque han perdido a sus familias y han sido ultrajados en todas las formas posibles. ¿Qué se puede esperar de ellos? ¿Olvido? ¿Clemencia? ¿Esa clemencia que los invasores jamás mostraron?
Para los que vivimos una vida tranquila, en nuestros países alejados de la guerra, nos es casi imposible entender cómo un grupo de locos es capaz de inmolarse a sí mismos y atacar escuelas, mercados y hasta templos. Pero hay que entender que esos locos los ha producido la invasión y es una de las pocas respuestas (equivocadas para nosotros) que esos hombres y mujeres combatientes pueden anteponer a la humillación permamante de tropas extranjeras y la dirección de gobiernos títeres, subordinados al imperio invasor, que permiten el saqueo despiadado de su nación.

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