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martes, 26 de octubre de 2021

¿Y AHORA, QUÉ? ¿Ya tenemos que olvidarnos del coronavirus? PRIMERA PARTE

En innumerables ocasiones se ha usado la expresión "el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra". Hay muchas variantes, pero la mencionada aquí es la más común. Tal vez hay que aplicarla una vez más en esta ocasión y a escala global. Parece que no aprendemos lo suficiente cuando nos vemos enfrentados a una amenaza difícil de contrarrestar, y eso es lamentable. Cuando apareció la pandemia del Covid-19 se tomaron muchas medidas exageradas (algunas están vigentes en algunos países) pero no se tomaron otras, que pudieron ser más eficaces. Creo que podemos hacer una comparación con algunos cambios políticos y culturales que han ocurrido en algunos países. Tomemos el caso de España, por ejemplo. Cuando gobernaba (ilegalmente) el dictador Francisco Franco, había una censura cultural que prohibía muchas cosas. No se podía hablar directamente de sexo, de libertad ni de igualdad. Por lo menos, no en la forma en la que se hacía en países donde había una pseudodemocracia. Cuando llegó la transición, de produjo el "destape". Fue como una olla a presión, que estalló con fuerza y se llegó a extremos nunca antes vistos. Aunque la palabra destape se asocia más al cine, también se reflejó en la televisión y la prensa, especialmente revistas semanales, como Interviú.

En la televisión se podía ver bailarinas semidesnudas, que mostraban sus senos. La cantante italiana Raffaela Carrá mostraba, muy a menudo, programas con mujeres semidesnudas, algo que actualmente no se hace. Fue una etapa corta, porque nuevamente se recurrió a la censura, aunque no con la misma fuerza que durante la dictadura. Lo del destape fue una característica de una forma de mostrar la sexualidad, pero también hubo otras expresiones de tipo cultural, de intercambio de ideas políticas, con el surgimiento de muchos grupos considerados extremistas, tanto de derechas como de izquierdas. La organización independista ETA, llevó a cabo más atentados terroristas durante esta etapa que los grupos anarquistas, durante todo el período de la dictadura. En los cines se empezaron a proyectar filmes pornográficos y aumentó el establecimiento de sitios de encuentro de homosexuales o de encuentro para intercambio de parejas, etcétera. Todo lo antes descrito fue como una respuesta a todas las prohibiciones que había durante la dictadura. Era como si una olla a presión, de pronto, explotara.

Yo no voy a juzgar los cambios producidos, si está bien o está mal. Me remito únicamente a ver cómo, a veces, se producen cambios bruscos o rápidos en el comportamiento de los individuos de una sociedad, ya sea ésta dentro de un país o de varios países, dependiendo de qué medidas restrictivas o de represión que se adopten o se dejen de adoptar. Las causas pueden ser muy distintas y las medidas represivas o restrictivas, también. Por lo tanto, las consecuencias son distintas y los cambios son bruscos e inesperados.

Volviendo a la actualidad, en marzo de 2020, se apoderaron del mundo el terror, el miedo y la improvisación, en muy pocas semanas. Se recurrió a los conocimientos de algunos científicos y epidemiólogos -muchos de los cuales tenían pocos conocimientos sobre el nuevo virus- aunque ya había referencia, por muchos otros virus similares de forma de corona, aunque a ninguno de ellos se les dió jamás ese nombre. El nuevo virus fue bautizado, por los medios de comunicación como "coronavirus", como si los anteriores no lo fueran. En lugar de tomar precauciones bien pensadas y adecuadas, se recurrió a una serie de medidas desmesuradas, creyendo o suponiendo que serían la solución. Se detuvieron, poco a poco los viajes internacionales y algunos países paralizaron muchas de sus importantes actividades. En algunos países se llegó al extremo de confinar a la población en sus casas, con la amenaza de multas cuantiosas si se cometía el "delito" de salir a la calle sin una justificación importante. Luego se permitió salir a la gente, pero se la obligó a usar mascarilla. Aún a la fecha de hoy se la exige en muchos países. Suecia, tal vez, fue el único país que no obligó a la gente a usar esa incómoda y no tan segura prenda. Eso sí, se recomendó usarla en lugares con riesgo de aglomeración, como en buses y trenes. El uso de la mascarilla no ha sido eficaz, cuando ha sido utilizado por la gente. Los únicos que la han usado, más o menos bien, son los trabajadores de la salud, en clínicas y hospitales. Aún así, también entre esos trabajadores se cometen muchos errores. Son muy pocas las personas que las han usado bien. La gran mayoría de quienes las usan, las manipulan constantemente. Es muy común ver a la gente, llevándola en el cuello o dejándola colgada en los espejos de los automóviles o en otros sitios. Luego se la ponen varias veces, a pesar de que puede estar infectada y se debería usar una sola vez. Como los virus no se ven, se cree que no están en los objetos que manipulamos constantemente con nuestras manos, uno de los principales vehículos de transmisión de microbios patógenos. Se afirma en muchos medios, que el uso de la mascarilla ha disminuido los contagios. Pero eso es imposible de probar. Si los contagios han disminuido es gracias a un conjunto de medidas, no sólo a una. No se puede probar, científicamente, que una sola medida pueda haber contribuido a la disminución de contagios. Ni siquiera se puede afirmar que las vacunas sean la solución. Es verdad que las vacunas pueden disminuir el riesgo de contagio, pero ha habido muchos casos de gente que ha enfermado, a pesar de haber sido vacunados dos veces. Lo que sí se ha logrado es disminuir la cantidad de muertes a causa de la enfermedad. Aún así, en este caso, no podemos afirmar cien por ciento, que las vacunas han detenido las olas de contagio. Al principio de la pandemia hubo más muertes. Esas muertes se debieron a distintos factores, como la edad y muchas patologías que ya habían disminuido el sistema inmune. La edad en sí no es un factor de riesgo, sino qué vida ha llevado la gente mayor, cómo se ha alimentado y de qué forma ha utilizado sus cuerpos, con mucha, con poca o casi ninguna actividad física.

En muchos casos, los pacientes más afectados por el SARS-CoV-2 (Covid-19) tenían síntomas de una o más enfermedades combinadas. Naturalmente que entre esos pacientes tenía que ser mayor el peligro de morir. Después de un tiempo, cuando las personas más vulnereblas ya habían muerto, el resto de la población pudo tener más resistencia. Los hospitales mejoraron sus servicios, se aumentó la cantidad de respiradores y se pudo atender a más gente, lo que permitió disminuir las muertes y que los pacientes se recuperaran en menos tiempo. 

Sin lugar a dudas, las vacunas han contribuido a disminuir la cantidad de infectados y de muertes. Pero sin las vacunas, tal vez, se habría obtenido el mismo o mejor resultado, si se hubieran tomado las medidas más convenientes, empezando por la educación de la población para que se pudieran defender en forma más eficaz, incentivando una mejor alimentación y el ejercicio físico, aprender a respirar en forma adecuada, etcétera.

Ahora se ha declarado abierta la sociedad y se han quitado, paulatinamente, las restricciones. Y ya tenemos, nuevamente, un efecto de olla a presión. La mayoría de la gente olvida que el virus sigue mutando y que está presente, en todas partes. El virus ha venido para quedarse, como lo han hecho miles de otros virus. Es imposible erradicarlo completamente. Este virus se suma a los otros virus que han aparecido antes y que rebrotan de cuando en cuando, provocando muertes y disminución de la capacidad cerebral, de inmunidad y de muchas otras capacidades necesarias para tener una vida normal.

La gente se vuelve a abrazar y se aglutina en espacios cerrados, no todos se preocupan de la higiene: se comparten vasos, cigarrillos y otras cosas. Se vuelve a hacer lo mismo que se hacía antes de la pandemia, como si el peligro de ser contagiados ya haya desaparecido por completo. ¿Es que nunca vamos a aprender a cuidarnos?