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sábado, 21 de diciembre de 2024

¿FICCIÓN O REALIDAD? ¿EN QUÉ MUNDO ESTAMOS VIVIENDO? ¿QUÉ MUNDO NOS ESPERA?

Era una mañana como cualquier día, con un sol brillante en el horizonte. Algunas nubes se deslizaban entre los edificios que rodeaban la estrecha calle. En algunas esquinas, vendedores ambulantes empezaban a preparar sus toldos y sus mesas para empezar a pregonar sus mercancías. Un camión acababa de pasar por la calle, recogiendo la basura. Algunas tiendas empezaban a abrir sus puertas. Era un día como cualquiera, en una calle tranquila. Un niño caminaba, su mano cogida por la de su padre, camino a la escuela.
¿En qué pensaba el niño esa mañana? ¿En qué pensaba su padre? ¿Cuantos sueños se habían cruzado en su pequeña mente y en la de su progenitor? El niño tal vez pensaba en su entrada a la escuela, enfrentar un nuevo día, junto a sus compañeros de clase, esperando que llegara la hora del recreo para jugar. Porque eso es lo más importante para un niño, para todos los niños: jugar. Estudiar, también, poner atención a la profesora e intentar recordar las lecciones, los consejos. Pero lo más perentorio era divertirse, aprender jugando (sin que ellos mismos lo supieran), riendo, gritando, interactuando con sus amigos. El padre quizás pensaba en sus nuevas tareas en un taller o en una oficina. También pensaba, posiblemente, cómo hacer bien su trabajo, esperando que pasaran pronto las horas, para volver a casa y disfrutar de la compañía de su familia. Miles de ideas pasaban por su mente de padre y esposo, como ocurre con la gran mayoría de seres humanos. Todos tenemos nuestros sueños de diversa índole. Todos pensamos en vivir, cumplir con obligaciones, compartir con compañeros de trabajo, hacer bromas, reír, como ríen los niños. Porque tanto a niños como a adultos nos gusta reír y si es posible, jugar. Y, lo más importante, soñar.
Ninguno de los dos, ni padre ni hijo se imaginaría que aquel día dejarían de soñar. Ya nunca más habría escuela ni taller, ni oficina, ni silla junto a una caja de supermercado. Ninguno iba a ver ni compartir o interactuar con otros niños ni adultos. Ninguno de esos simples seres podría pensar ya más en ninguna de las cosas hermosas o menos hermosas que experimentaban cada día.
Porque esa tarde, cuando regresaban a su casa, por la misma angosta calle, se abrirían las puertas del infierno. Alguien que iba caminando cerca de ellos llevaba un dispositivo electrónico, un walkie talkie; era alguien que tal vez, pertenecía a un grupo que luchaba contra otro grupo o gobierno. Y desde el otro grupo, a cientos de kilómetros de distancia, alguien apretaba un botón.
De pronto un estallido. El hombre del dispositivo era rodeado de humo y calor, que se expandía como un relámpago. El padre y  su hijo caían al suelo, empujados por el hombre, que caía fulminado. No podemos saber qué pasó con nuestros protagonistas, tal vez solo quedaron heridos. Pero otros padres o hijos murieron en ese mismo momento o solo unos segundos más tarde, casi simultráneamente.
En las cercanías, la situación se repetía, con un resultado parecido o igual. Las calles, negocios, plazas, parques, garages se llenaban de cuerpos mutilados. A las explosiones les seguían gritos de estupor y lamentos. Había gente muerta y heridos en distintas formas. Algunos terminaban con la cara o los brazos destrozados. Más de alguno quedaba con las cuencas de sus ojos vacías, corriendo por sus mejillas una mezcla de sangre y líquido viscoso. Las calles se cubrían de sangre, orina y estiércol. La muerte y el dolor ya no dejaban ver el sol ni las nubes ni los edificios. Ya no habían sueños para muchas personas. Un simple botón había activado cientos de dispositivos y había cegado para siempre la vida de gente inocente, cuyo único delito era soñar, vivir, en algunos casos, luchar por los derechos de su pueblo, con o sin razón. Las víctimas habían sido juzgadas, condenadas y ejecutadas desde muy lejos, sin haber tenido la mínima posibilidad de defenderse, de argumentar a su favor ni a pedir perdón ni clemencia.
El pequeño relato no es algo inventado. Es algo real, aunque tiene algunos matices ficticios. Ocurrió en Líbano, el 18 de septiembre, hace solo tres meses. En total hubo más de 30 muertos y más de 600 heridos, en pocos minutos. Al día siguiente volvieron a explotar dispositivos, hubo más muertos y heridos, muchos de ellos, gente inocente. Y a los pocos días caerían bombas fabricadas en Israel o en potencias occidentales, primero en la parte sur del país y luego hasta en el centro de Beirut, su capital, en la que murieron mayoritariemente hombres, mujeres y niños inocentes.
Si los sueños de aquel niño que una mañana iba a la escuela no murieron totalmente ese día, eso sí pudo ocurrir bajo las bombas que cayeron en los días posteriores. Los muertos sobrepasaron los 3 000  y los heridos han superado 10 000. Es una cifra altísima, pero en Gaza ya han muerto más de 40 000. Lo absurdo de todo es que da la impresión de que la cantidad de muertos no interesan mucho en otras partes del mundo, porque esos muertos y heridos (más los que quedan sin vivienda, sin escuelas ni hospitales) están lejos de sus (por ahora) zonas de confort. 
Sin embargo, deberíamos pensar que si apretar un botón hace explotar dispositivos electrónicos, también puede suceder en nuestros países, algún día. Si no es ese tipo de ataques pueden surgir otras formas sofisticadas de eliminar a supuestos enemigos y a quienes haya en sus cercanías, porque no importa matar a inocentes. Se trata de matar, sin importar a quien, incluso aunque sea a su propia gente. Hay plataformas cibernéticas que tienen un poder extraordinario y pueden fotografiar todo lo que hay en el mundo, en todas las calles y plazas, en todas las carreteras y aeropuertos, en todos los techos y espacios entre viviendas. Además hay muchos tipos de drones diminutos que pueden entrar en cualquier espacio cerrado, espiar o atacar con armas letales. ¿Podemos sentirnos seguros en algún sitio?
Lo anterior tiene que ver con la parte física, la del dolor, del desgarramiento o carbonizaciónde la carne y la quebradura de huesos, de hemorragias, de sufrimiento atroz, mientras llega la muerte, a veces instantánea, otras veces lenta, que puede durar días, semanas o meses. 
¿Es real lo que está sucediendo o es todo ficción? 
Lo descrito al comienzo de esta entrada es real, aunque las informaciones que nos llegan pueden ser minimizadas, manipuladas. Es más fácil que nos llegue la noticia de otros sucesos que sin restarles valor, no son tan importantes por la diferencia de gravedad. Lo más inquietante es la información que nos llegue en el futuro, porque lo que veamos (que, en relidad ya vemos, aunque en forma limitada) lo que oigamos o lo que percibamos con cualquier sentido, puede ser artificial. Podremos ver a familiares o a personas famosas hablando en una pantalla, por ejemplo, diciendo cosas que jamás imaginaríamos que dijeran. O que se vistan, bailen o disparen o que lleven a cabo cualquier actividad y creamos que las imágenes y los sonidos son verdaderos, pero en realidad habrán sido construidas artificialmente. Para ello se usarán copias de rostros, imitando gestos reales. Las voces se reconstruirán y se adaptarán a situaciones ficticias. Será todo tan prolijamente fabricado que no nos podremos dar cuenta de la falsificación.
Nos llegarán mensajes por teléfono, por sms, WhatsApp o cualquier red social enviados por bots (robots virtuales automáticos) que pueden venir de distintos teléfonos u ordenadores, desde los cuales se pueden enviar miles de noticias falsas en un solo segundo, incluyendo imágenes y videos. Mucha gente forma grupos en esas plataformas digitales. Basta con que un integrante del grupo reciba o envíe una noticia y todos los que están en ese grupo la recibirán inmediatamente y luego será enviada a otros grupos, una magnífica telaraña fabricada por los dueños de la plataforma, que tienen todas las posibilidades de influir en todos los grupos. Eso ya ocurre, pero se va a intensificar en el futuro.
Los ciudadanos sencillos, que estamos acostumbrados a estudiar y trabajar, a divertirnos sanamente (o  veces no tanto, porque somos humanos), estaremos expuestos a las decisiones de gigantes empresas monopólicas que intentarán (lo que tal vez lograrán, tarde o temprano) influir en nuestros pensamientos, en nuestras decisiones al elegir gobernantes o reclamar ante injusticias. Las noticias o publicaciones falsas de "influyentes" penetrarán en las mentes de la gente, especialmente en personas con menos capacidad intelectual o en los niños y adolescentes, para generar desconfianza, rumores y ansiedad, que finalmente puedan provocar violencia, atentados, insurrecciones y guerras. 
Al mismo tiempo, nos estafarán por todos los medios posibles y nos imposibilitarán la defensa ante medidas injustas o estafas. Esto también ocurre ya. Pero también se intensificará en el futuro. Gigantes informáticos, que serán apoyados por "hackers" se esconderán en el anonimato, sin dirección física o dirección ficticia en un país lejano, sin teléfono al que se pueda llamar, sin dirección de correo electrónico, sin conexión identificable. Para cualquier contacto se deberán usar aplicaciones, en las que nos darán miles de alternativas, sin que ninguna sirva. Después de responder a cientos de preguntas nos pedirán que volvamos a acceder con nuestras contraseñas para demostrar que somos nosotros, porque siempre van a desconfiar o van a hacernos creer que desconfían de nosotros. Y nos obligarán a cambiar nuestra contraseña, porque no reconocen la que hemos tenido hasta ese momento. Y nos obligarán, también, a entregar cada vez más datos para luego decirnos que tenemos que empezar todo de nuevo. Eso se convertirá en un círculo vicioso. Esas mismas empresas venderán luego nuestros datos a otros  monopolios o a servicios de inteligencia de países ricos y poderosos, dueños de la tecnología y todo tipo de medios de manipulación. Gracias a todo eso nos robarán nuestro dinero y nuestra intimidad. De esa forma viviremos en una burbuja, vigilados desde todos los lados. Si damos una opinión ya sabrán si pertenecemos a un partido político a a un grupo activista y cualquier frase será analizada por la inteligencia artificial para saber, por ejemplo, si somos simpatizantes de izquierda o lo que se suele llamar como progresista, o si de alguna manera se nos pueda considerar como amenaza. Con o sin razón, nos podrán juzgar como delincuentes o a algo más terrible.
¿Cómo defendernos frente a todo esto? ¿Tendremos la posibilidad de ser realmente libres en el futuro o nos convertiremos en esclavos de un sistema que no contempla la igualdad, que niega todo lo que perjudica el ambiente que nos rodea, que somete a la mujer ante el hombre, que permite que se las maltrate o se las asesine, que vivan siempre sometidas? ¿Será posible que después de siglos de luchas, avances científicos, tecnológicos e intelectuales nos hagan retroceder hasta convertirnos en rebaños que se arrodillarán ante fetiches, que nos hagan incapaces de pensar libremente? ¿Volveremos a la Edad Media o, incluso, a la Prehistoria?
Si todo eso ocurre, gran parte de los ciudadanos del mundo se convertirán en cómplices de un crimen, de su propia autodestrucción, sin darse cuenta.