En las dos primeras partes de esta serie de tres artículos me he referido, en parte, a las causas del odio que ha surgido en Venezuela y en otros países del mundo, además de mostrar algunos ejemplos. Todos los actos de violencia ocurridos en el país suramericano desde el 12 de febrero (que tuvieron un chispazo de inicio en un estado fronterizo con Colombia unos días antes) han tenido como ingrediente principal el odio fomentado por un grupo de dirigentes de partidos de derechas, apoyados por la gran mayoría de medios de comunicación privados. Ese odio ha sido cultivado durante muchos años pero se ha acentuado en los últimos tres. El odio es alimentado por todo tipo de mensajes y por la realidad que la población debe soportar día a día. Los problemas que se presentan en la cotidianidad venezolana son múltiples y los ha vivido también el autor de este blog durante su estadía allí y durante todos los viajes que ha hecho.
Como he dicho en algún otro artículo, conozco muy bien el odio colectivo que se va formando gradualmente en ciertos grupos de la población, desde la época del gobierno de Salvador Allende, en Chile. Como dice la Biblia, según el evangelio de San Mateo, versículo 26, quien a hierro mata a hierro muere. Se podría decir también que quien odia, odio recibe. Y el odio conduce muchas veces a la muerte, que no beneficia ni a la víctima ni al victimario. El odio surge siempre de forma injustificada. Porque no hay motivo alguno en el mundo que justifique el odio. Sin embargo, puede surgir como respuesta a una injusticia, a la imposibilidad de lograr respuesta, reconocimiento o arrepentimiento de quien comete la injusticia. Pero ese odio se canaliza en forma errónea, muchas veces. Se odia a una persona o a un grupo de personas porque alguien ha hecho acusaciones falsas. Lamentablemente, el odio es fomentado, muchas veces, para defender los intereses económicos de una clase social acostumbrada a someter a otra. En tal caso, el odio se fomenta para lograr objetivos políticos cuando no hay forma de lograr esos objetivos en forma democrática, en paz. En el caso venezolano, el odio ha sido alimentado fundamentalmente porque una parte de la sociedad no logra ganar en elecciones democráticas desde hace ya 15 años, habiendo creído que el gobierno de Hugo Chávez sería derrocado antes de los dos años. Una vez muerto Chávez, creyeron que iban a derrocar al próximo presidente bolivariano. Pero no les ha salido fácil y por eso están decididos a aumentar el grado de odio y violencia, con la esperanza de así lograr detener los cambios que el pueblo necesita.
Las aberraciones que se han cometido durante casi dos meses de violencia en Venezuela no tienen parangón en la historia de ese país, ni en otro país suramericano. Las características de las acciones vandálicas y terroristas de los activistas de la oposición tienen mucha similitud con las que se han llevado a cabo en otros países, pero con muchas innovaciones. Es tal la locura y falta de sensatez que se recurre a acciones criminales que rayan en una deshumanización total, equiparadas con los peores crímenes que pueda cometer ser humano alguno.
Aunque no con las mismas características (con respecto al grado de violencia y crueldad que se ve actualmente en Venezuela) conocí el odio en Chile, hace más de 40 años. Lo ví muchas veces en el rostro de gente que desconocía totalmente las causas que llevaban a la escasez de alimentos y otros bienes básicos. Los periódicos de la burguesía, como "La Segunda", de la cadena El Mercurio, ponía titulares como "JUNTEN RABIA CHILENOS". En sus primeras páginas ponían fotografías trucadas o parcializadas, del contexto de una situación que debía ser analizada con mayor meticulosidad y señalaban a "extremistas de izquierda" amenazando con acciones violentas. La realidad era que había enfrentamientos entre grupos de izquierda o de obreros y bandas armadas como "Patria y Libertad" (cuerpos paramilitares de extrema derecha) a las que muchas veces ví en acción y en una oportunidad me vi implicado en una batalla contra esa banda. El odio que fomentaban los medios de comunicación de la burguesía hacía nacer un odio de grupos de extrema izquierda, que exigían que el gobierno de Salvador Allende aplicara mano dura contra los golpistas y contra los acaparadores de alimentos. Por supuesto que no se trataba únicamente de la escasez. Había muchos otros problemas que habían surgido a causa del intento del gobierno de la Unidad Popular de hacer cambios en la sociedad, que beneficiaran a la gran mayoría de trabajadores y campesinos. La extrema derecha y la democracia cristiana se oponían a esos cambios y por eso recurrieron a los métodos desestabilizadores y contribuyeron a que hubiera un golpe militar, apoyado y financiado por Estados Unidos.
El odio se acentuó a partir del 11 de septiembre de 1973, fecha que ya ha sido muy bien recordada en muchos libros y documentales. Los crueles oficiales de la dictadura se ensañaron con los militantes y simpatizantes de izquierda y cometieron miles de asesinatos, torturas y desapariciones, en el marco de la Operación Cóndor, dirigida por Estados Unidos. Nunca en la historia chilena ocurrieron tantos crímenes como en la época del dictador Augusto Pinochet.
Habría que imaginarse qué serían capaces de hacer los actuales terroristas venezolanos si alguna vez lograran tomar el poder. El odio de esta gente es mucho mayor que el visto en otros lugares, tal vez solo comparado con el odio de algunos grupos terroristas como Al Qaeda, que en sus inicios fueron entrenados por la CIA y que ahora están repartidos por casi todo el Medio Oriente.
El odio engendra odio. Y nadie de beneficia de ello. Sí que favorece los intereses de quienes desean restituir el control del petróleo a las empresas norteamericanas que lo sustraían sin pagar más que un 1% de impuestos. Sí que beneficia a los banqueros y grandes comerciantes que convirtieron a Venezuela en un país monoproductor y que prácticamente eliminaron la industria y la agricultura venezolana. Sí que beneficia a quienes perjudicaron la Naturaleza y el medio ambiente, vaciando los pozos que estaban bajo las aguas de lagos y mares y mezclaron las aguas y las costas con materias tóxicas. Sí que beneficia a un imperio ávido de fuentes de energía muy baratas para fortalecer su propia industria, cuya más importante producción es la fabricación de armas. Sí que beneficia a los magnates que quieren regresar desde Miami para explotar despiadadamente a los trabajadores. Pero a la larga ni siquiera los beneficia a ellos porque sin la planificación necesaria y sin frenar el derroche, eliminarán la vida en el planeta.
Nota del 31 de marzo: interesante artículo en El Clarín, Chile
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Como he dicho en algún otro artículo, conozco muy bien el odio colectivo que se va formando gradualmente en ciertos grupos de la población, desde la época del gobierno de Salvador Allende, en Chile. Como dice la Biblia, según el evangelio de San Mateo, versículo 26, quien a hierro mata a hierro muere. Se podría decir también que quien odia, odio recibe. Y el odio conduce muchas veces a la muerte, que no beneficia ni a la víctima ni al victimario. El odio surge siempre de forma injustificada. Porque no hay motivo alguno en el mundo que justifique el odio. Sin embargo, puede surgir como respuesta a una injusticia, a la imposibilidad de lograr respuesta, reconocimiento o arrepentimiento de quien comete la injusticia. Pero ese odio se canaliza en forma errónea, muchas veces. Se odia a una persona o a un grupo de personas porque alguien ha hecho acusaciones falsas. Lamentablemente, el odio es fomentado, muchas veces, para defender los intereses económicos de una clase social acostumbrada a someter a otra. En tal caso, el odio se fomenta para lograr objetivos políticos cuando no hay forma de lograr esos objetivos en forma democrática, en paz. En el caso venezolano, el odio ha sido alimentado fundamentalmente porque una parte de la sociedad no logra ganar en elecciones democráticas desde hace ya 15 años, habiendo creído que el gobierno de Hugo Chávez sería derrocado antes de los dos años. Una vez muerto Chávez, creyeron que iban a derrocar al próximo presidente bolivariano. Pero no les ha salido fácil y por eso están decididos a aumentar el grado de odio y violencia, con la esperanza de así lograr detener los cambios que el pueblo necesita.
Las aberraciones que se han cometido durante casi dos meses de violencia en Venezuela no tienen parangón en la historia de ese país, ni en otro país suramericano. Las características de las acciones vandálicas y terroristas de los activistas de la oposición tienen mucha similitud con las que se han llevado a cabo en otros países, pero con muchas innovaciones. Es tal la locura y falta de sensatez que se recurre a acciones criminales que rayan en una deshumanización total, equiparadas con los peores crímenes que pueda cometer ser humano alguno.
Aunque no con las mismas características (con respecto al grado de violencia y crueldad que se ve actualmente en Venezuela) conocí el odio en Chile, hace más de 40 años. Lo ví muchas veces en el rostro de gente que desconocía totalmente las causas que llevaban a la escasez de alimentos y otros bienes básicos. Los periódicos de la burguesía, como "La Segunda", de la cadena El Mercurio, ponía titulares como "JUNTEN RABIA CHILENOS". En sus primeras páginas ponían fotografías trucadas o parcializadas, del contexto de una situación que debía ser analizada con mayor meticulosidad y señalaban a "extremistas de izquierda" amenazando con acciones violentas. La realidad era que había enfrentamientos entre grupos de izquierda o de obreros y bandas armadas como "Patria y Libertad" (cuerpos paramilitares de extrema derecha) a las que muchas veces ví en acción y en una oportunidad me vi implicado en una batalla contra esa banda. El odio que fomentaban los medios de comunicación de la burguesía hacía nacer un odio de grupos de extrema izquierda, que exigían que el gobierno de Salvador Allende aplicara mano dura contra los golpistas y contra los acaparadores de alimentos. Por supuesto que no se trataba únicamente de la escasez. Había muchos otros problemas que habían surgido a causa del intento del gobierno de la Unidad Popular de hacer cambios en la sociedad, que beneficiaran a la gran mayoría de trabajadores y campesinos. La extrema derecha y la democracia cristiana se oponían a esos cambios y por eso recurrieron a los métodos desestabilizadores y contribuyeron a que hubiera un golpe militar, apoyado y financiado por Estados Unidos.
El odio se acentuó a partir del 11 de septiembre de 1973, fecha que ya ha sido muy bien recordada en muchos libros y documentales. Los crueles oficiales de la dictadura se ensañaron con los militantes y simpatizantes de izquierda y cometieron miles de asesinatos, torturas y desapariciones, en el marco de la Operación Cóndor, dirigida por Estados Unidos. Nunca en la historia chilena ocurrieron tantos crímenes como en la época del dictador Augusto Pinochet.
Habría que imaginarse qué serían capaces de hacer los actuales terroristas venezolanos si alguna vez lograran tomar el poder. El odio de esta gente es mucho mayor que el visto en otros lugares, tal vez solo comparado con el odio de algunos grupos terroristas como Al Qaeda, que en sus inicios fueron entrenados por la CIA y que ahora están repartidos por casi todo el Medio Oriente.
El odio engendra odio. Y nadie de beneficia de ello. Sí que favorece los intereses de quienes desean restituir el control del petróleo a las empresas norteamericanas que lo sustraían sin pagar más que un 1% de impuestos. Sí que beneficia a los banqueros y grandes comerciantes que convirtieron a Venezuela en un país monoproductor y que prácticamente eliminaron la industria y la agricultura venezolana. Sí que beneficia a quienes perjudicaron la Naturaleza y el medio ambiente, vaciando los pozos que estaban bajo las aguas de lagos y mares y mezclaron las aguas y las costas con materias tóxicas. Sí que beneficia a un imperio ávido de fuentes de energía muy baratas para fortalecer su propia industria, cuya más importante producción es la fabricación de armas. Sí que beneficia a los magnates que quieren regresar desde Miami para explotar despiadadamente a los trabajadores. Pero a la larga ni siquiera los beneficia a ellos porque sin la planificación necesaria y sin frenar el derroche, eliminarán la vida en el planeta.
Nota del 31 de marzo: interesante artículo en El Clarín, Chile
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