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sábado, 1 de enero de 2011

ÚLTIMA NOCHE DEL AÑO 2010

REFLEXIONES DE AÑO NUEVO

Las doce campanadas ya han sonado en varios puntos del planeta (Ver nota, más abajo). Seguirán sonando en otros lugares, a medida que la Tierra va girando sobre su eje.

Nuevamente saltarán las tapas de las botellas de champán o de innumerables licores o bebidas típicas o menos típicas de cada país. Al llegar las 12 en punto de la noche, millones de seres humanos se abrazarán y se desearán los mejores deseos.

También habrá nuevas promesas o las mismas promesas que se hicieron en años anteriores y que no se cumplieron. Todo será alegría, reflejada en los rostros de los humanos que estarán festejando.

Yo volveré a celebrar el Año Nuevo frente a mi ordenador. Lo celebraré escribiendo, en absoluta soledad. No es porque no tenga con quien celebrarlo. Pero prefiero estar solo en esta fecha, como siempre lo he deseado. No es una fecha más importante que otras. Pero es el día que más reflexiono. Se ha hecho una tradición en mí. Es la noche en que viajo hacia el pasado y me reúno con mi madre y con muchos otros seres queridos. Entiéndase que no viajo a hablar con ellos. Sería ilógico. Viajo en el recuerdo. Me detengo en cada uno de los momentos más felices, aunque no ignoro los más infelices.

En mi viaje quisiera comunicarme con cada una de las personas que influyeron, de una u otra manera, en mi preparación. De algunos amigos y amigas recuerdo escenas largas y de muchas ocasiones. De otras personas recuerdo sólo algunas frases de los muchos consejos que me dieron. Esos consejos fueron anidando en mi mente y aunque no los entendí entonces, sí lo hice más tarde.

Recuerdo, por ejemplo, a un compañero de la escuela nocturna, con el que teníamos largas discusiones religiosas y filosóficas. Yo lo atacaba y la mayoría de mis otros compañeros me apoyaban. Me sentía orgulloso de aplastarlo con mi retórica infantil (de lo cual no era consciente) y él se resignaba, aunque siempre me recomendaba que leyera un libro determinado. Sin embargo, mi rechazo era total. Yo no podía leer algo que fuera en contra de mis creencias religiosas.

Amigo Vargas (nunca recuerdo su nombre, sólo su apellido), te lo digo ahora, en la distancia del tiempo y el espacio, gracias mil veces por haberme ayudado a abrir los ojos, aunque lo hice muchos años después.

Otro amigo era Hernández, que me alojó en su casa una de las tantas veces que no tenía donde vivir. Tampoco recuerdo su nombre. "Te falta roce social", me dijo en varias oportunidades. Hernández y Vargas, eran obreros como yo, que deseaban superarse. Por eso iban a la escuela nocturna. No habían podido continuar sus estudios en las escuelas o liceos diurnos. Hernández trataba de convencerme de que existía una lucha en la sociedad y que esa lucha era inevitable, a causa de la desigualdad social. Yo argumentaba que no podía existir tal lucha (no entendía siquiera el término de lucha), que los hombres se podían reconciliar, poniéndose de acuerdo en la forma de gobernar. Habían desigualdades, sí, pero estas se debían a la mezquindad de algunos ricos. Pero también habían ricos buenos y había que aliarse con ellos para transformar una sociedad, evitando la violencia (entonces yo confundía lucha con violencia).

El mejor ejemplo de mi teoría era la de otro buen amigo, que conocí en esa época. De este amigo sí que recuerdo su nombre completo: Ricardo Pacheco. Era un camarada generoso, que siempre me invitaba a comer después de las reuniones del partido político al que pertenecíamos, la Democracia Cristiana. Creo que con nadie más he tenido discusiones más largas y profundas en mi vida. Pasábamos muchas horas discutiendo, tratando de disminuir nuestras diferencias ideológicas. Su padre tenía una o más panaderías. Por eso Ricardo se iba a trabajar de noche, después de nuestras discusiones.

El tema principal era la existencia o no de Dios. Yo intentaba convencerlo -como lo hacía en todas partes con otras personas- de la imposibilidad de que existiera alguna vida sobre la Tierra si no hubiera existido un Creador. Para ello utilizaba muchos argumentos, como el del huevo y la gallina; o la maravillosa organización de las hormigas. Todo eso tenía una sola explicación: la existencia de un Hacedor. Ricardo, sin embargo, trataba de convencerme de lo absurdo de mis teorías. Me mencionaba la guerras que hubieron entre religiosos, durante toda la existencia de la civilización humana. "Al grito de ¡viva Dios! los católicos mataban a los protestantes y al grito de ¡viva Dios! los protestantes mataban a los católicos, en Irlanda", era uno de los ejemplos que me ponía. Luego me explicaba que el hombre creía en Dios porque tenía miedo a la muerte. "El hombre no quiere morir, quiere tener la esperanza de seguir viviendo, aunque sólo sea en forma espiritual. Así se lo han hecho creer. Por eso hay fanáticos que desean ser mártires, creen que en el más allá tendrán una vida mejor que la que han vivido en la tierra, en la que sólo han visto miseria e infelicidad", continuaba diciendo mi amigo.

Aunque siempre pensaba que todo lo que decía era contradictorio, nunca me atrevía a decírselo. Pero un día no pude resistir más y se lo solté: "Ricardo, ¿cómo es posible que seas ateo y al mismo tiempo militas en un partido cristiano? ¿Cómo es que defiendes los principios de la democracia y del cristianismo si no cres en Dios? No hay congruencia, en absoluto".

Fue una de las tantas veces que mi amigo Ricardo me miró con profunda resignación, me tomó del hombro y al mismo tiempo que paseábamos por las desiertas calles de Santiago, empezó una larga disertación dobre la filosofía de Jacques Maritain. Después de terminada su exposición filosófica y humanista, Ricardo me dijo: "No es necesario creer en Dios para compartir los preceptos cristianos. Por lo demás, lo importante es ser consecuentes con las ideas de igualdad. Se puede ser cristiano, creyendo en Cristo como hombre, no como Dios. La paz y la justicia es lo importante para nosotros. No es justo que los ricos lo tengan todo y los pobres vivan sin salir de la pobreza. Pero tampoco es justo que a los que se han esforzado por tener lo que tienen venga una dictadura comunista y les quite sus bienes. Y todos los cambios se deben hacer en libertad".

Yo oía a Ricardo con mucha concentración y entendía lo que era capaz de comprender a mi corta edad y con los pocos conocimientos que tenía entonces. Estaba de acuerdo con él en todo, excepto en que no creyera en Dios. En el fondo de mi ser, yo deseaba que él terminara creyendo en un Ser Supremo. No me daba cuenta de que en sus palabras había otras contradicciones mucho más importantes que la religiosa, como eran sus conceptos de propiedad y de libertad.

No sé si mi amigo Ricardo cambió, después. Tal vez continuó en el mismo partido y llegó a ser dirigente. Es posible que se haya ido a un partido de más a la derecha, por su condición de empresario. Y es posible también que se haya ido a un partido de más a la izquierda, como al MAPU o a la Izquierda Cristiana. No sé por qué motivo nunca más lo volví a ver ni recuerdo cuándo tomé la decisión de abandonar la tienda política que había creido era la mejor alternativa, la alternativa de centro, que me parecía más cómoda que cualquiera de las posturas extremas, de derecha o de izquierda. De haber continuado en el PDC, probablemente me habría ido con alguno de los grupos que se escindió de ese partido.

Sea como sea, Ricardo influyó mucho en mí, al abrir nuevas ventanas, que yo ignoraba completamente. Así me interesé más en leer Historia, especialmente de civilizaciones antiguas. De la Historia pasé a la filosofía y a las ciencias. Fueron las ciencias las que más me ayudaron a conseguir la formación que fui logrando a través de los años. Demostrar algo científicamente fue más importante que creer en dogmas impuestos, sin que fuera posible cuestionarlos. El uso de la razón pasó a ser más importante que la fé, la creencia en algo únicamente porque había que creer en ese algo. Darwin fue uno de los primeros genios que descubrí, poco a poco. El Origen de las Especies, me hizo pensar de una forma muy distinta a la que había pensado en toda mi niñez y adolescencia. De creyente "convencido" pasé a ser el más fervoroso discípulo de la Teoría de la Evolución. Por supuesto que no fue un solo libro el que me hizo cambiar de pensamiento. Fue la lectura de muchos libros y una reflexión profunda sobre ellos, además de las todas las experiencias, al conocer mucha gente en los distintos centros de estudio y lugares de trabajo, desde los más pesados (que requerían mucha actividad física, como en la construcción) hasta los que exigían mayor actividad intelectual (como profesor) los que fueron cambiando toda mi visión de la vida, del comportamiento humano y de la comprensión de los fenómenos que caracterizan todos los campos de la actividad humana.

También recuerdo a otros ex compañeros de estudios, como Huanca, un estudioso muchacho con el que íbamos a estudiar al cerro Santa Lucía, que quedaba justo enfrente de la calle Carmen, donde viví algunos años. Entonces estudiábamos en el Instituto Luis Campino, al lado de la Universidad Católica, que entonces estaban ubicadas en la Alameda Bernardo O`higgins.

En el instante de escribir estas líneas comienza la algarabía en las calles de Maracaibo. Se oyen los cohetes. La gente grita de alegría. En cierto modo, me hace recordar aquellos tiempos en que yo también me emocionaba con estas fiestas.  Intento comprender esas emociones. La gente baila y canta. El cielo se llena de luces y humo de pólvora. El olor poenetra a través de las puertas y ventanas cerradas. Sé que en muchos lugares mucha gente va a morir o quedar herida a consecuencias de las explosiones de fuegos artificiales. Siempre pasa lo mismo, año tras año.

En Suecia no se pueden usar los fuegos de artificio. Sólo las alcaldías y otras entidades pueden hacerlo, tomando buenas medidas de seguridad, con carros de bomberos en las cercanías del sitio donde van a encenderse los fuegos. Pero en la mayoría de países cualquera puede usar esos peligrosos juegos. Luego vienen las lamentaciones, miembros mutilados, rostros deformados y enormes gastos en medicinas.

El alcohol es otro de los peligros, en estas fiestas. Casi todo el mundo bebe. Y lo peor es que muchos de los que beben  conducen vehículos motorizados. Y ocurren accidentes que no deberían ocurrir, además de miles y miles de acciones violentas, con sangrientas consecuencias. Es la parte más negativa de todas estas fiestas.
Nota: el horario de este blog es de Suecia y el artículo ha sido escrito en un país suramericano, con el horario de América.

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