La esclavitud imperó durante muchos milenios, desde las primeras civilizaciones, hace unos V4 000 o 5000 años. Se mantuvo en muchas regiones de Africa, cuando en Europa se había llegado al feudalismo.
Luego volvió a renacer, cuando los colonialistas que conquistaron América lo consideraron necesario. Durante la Segunda Guerra Mundial, Hitler lo reactualizó, destinando a trabajos forzados a millones de judíos, gitanos y otros grupos étnicos en campos de concentración. Incluso fue más allá, porque utilizó parte de los cadáveres como materia prima para fabricar diversos productos.
Hoy en día, sin embargo, nadie pretendería refundar la esclavitud. Es posible que algunos genocidas utilicen la esclavitud en algunas regiones, en caso de estallar un nuevo conflicto bélico similar a los de las dos guerras mundiales del siglo pasado. Pero sería imposible hacerlo en forma global.
Así como es imposible resucitar o refundar el esclavismo, también es imposible refundar el capitalismo, puesto que ambos sistemas (y todos los sistemas basados en la explotación del hombre por el hombre) llevan en sí el anticuerpo que destrozará (tarde o temprano) el cáncer de la injusticia social.
Esta es mi reflexión después de haber leído el artículo publicado hoy en PÚBLICO.
Las fuerzas que representan al capitalismo mundial no pueden dejar de lado todo aquel aparataje de dominación, especulación y explotación desmedida, tanto de los recursos naturales como de la fuerza laboral o fuerza de trabajo.
La mezquindad y egoismo, que son características inseparables de los principios capitalistas; el afán por competir para destruir a otros capitalistas o países enteros, los ciega completamente y no son capaces de entender que su egoismo los lleva a destruir las idóneas condiciones que tiene nuestro planeta para que en él siga viviendo la especie humana.
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