Foto publicada en EL PERIÓDICO.
Un día puede ser un terremoto. Otro día puede ser una erupción volcánica. Y cualquier día puede ser un asteroide que no logra desintegrarse en la atmósfera. Sin contar con los ciclones, que pueden aparecer en muchas zonas tropicales, las inundaciones en cualquier otra zona o la sequía en muchas otras.
La Naturaleza nos puede sorprender, haciendo desaparecer ciudades, como como Pompeya, en el primer siglo de nuestra era o una isla, como sucedió en Krakatoa, hace menos de dos siglos.
Los terremotos en Chile, de 1960 (el más grande, conocido en toda la historia de los terremotos) y en febrero de 2010, son otros recordatorios de la fuerza de la Naturaleza (VER).
Y en estos días, el recordatorio viene del país de los Géiser.
El cielo se ha cubierto de cenizas, lo que me hace recordar la erupción del volcán Llaima. En esa época fui testigo de la lluvia de cenizas que dejó cubiertos los árboles, techos de las casas, las calles, los prados y los lagos. Toda la superficie quedó cubierta por un blanco grisáseo.
Hoy, a pesar de que el cielo (en Suecia) está contaminado con las cenizas que vienen de Islandia, no es visible la nube y esperemos que no lo sea, aunque no se sabe cuánto va a durar el fenómeno ni cuál será su intensidad. Puede durar unos pocos días, como puede durar meses e incluso anos.
Es una prueba más de la Naturaleza, que nos hace sentir como pequenos seres vulnerables, expuestos a sus caprichos y castigos.
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